Guardianes Invisibles

diciembre 26, 2020 0 Por josefina

Todos somos guardianes en algún momento de nuestras vidas, o en todos, quién sabe. Yo me convertí en guardiana en el 2010, con el nacimiento de mi primer hijo. Pasaba gran parte de la noche vigilando su respiración, sus movimientos, meciéndolo para que se le aliviaran sus cólicos… y desde entonces fuí ascendiendo hasta convertirme en guardiana profesional.

Pero ser guardián no es nada nuevo para quién sea padre o madre ¿verdad? Ya que es inherente a un impulso natural, a los sentimientos que te nacen en lo más profundo de las entrañas cuando por primera vez te sumerges en los ojos de un hijo. Pero a veces, lo inesperado llama de nuevo a tu puerta, reviviendo a la guardiana. Y ha revivido en estos últimos meses, rodeados de tanta amargura, tantas noticias fatídicas y jamás pensadas, tanta historia únicamente posible en los celuloides americanos… pero si, esta vez nos ha tocado vivirlo y tal vez no hayamos estado del todo a la altura.

Aún así, siguiendo el hilo de mi historia, me he convertido en guardiana inesperada…

Comencé a verla una de esas tardes de aplausos, sin prestar atención aunque fijándome por primera vez quién vivía a mi alrededor. Me di cuenta entonces que a veces vivimos en una burbuja creada para nosotros mismos, no por falta de interés, sino más bien absorvidos por una cotidianidad demasiado aislada.

La vi sonriente, con su pelo de nieve, aplaudiendo a todos esos héroes que siempre han existido, pero que por la ceguera colectiva en la que vivimos, únicamente los vemos cuando tenemos la vida en el filo de la navaja.

Y no sé en que momento ni qué día me dí cuenta de que ella siempre salía sola a su ventana. Eso sí, siempre la veía sonriendo y festejando las ocho de la tarde, su hora social. Fue entonces cuando mi instinto de guardiana invisible se puso en alerta. Tenía la necesidad cada día de asomarme para ver su ventana, ver si su persiana se levantaba e incluso ver su bonita cara iluminada por el nuevo día que acababa de comenzar. Me quedaba tranquila, parecía que vivía bien en su soledad.

Muchas veces me preguntaba… ¿Tendrá a alguien en su vida que se preocupe por ella? La verdad es que nunca vi a nadie más acompañándola, ni tan siquiera en el final del confinamiento. Me hacía recordar los días en que llegaba de la escuela y miraba hacia arriba para ver a mi abuela o a mi abuelo en la ventana, los cuales vivían en el edificio de enfrente mío. Me encantaba saber que ellos velaban por mi, que les gustaba ver cómo regresaba del colegio. Ella me recuerda la falta que hacen nuestros abuelos, lo mucho que los echo de menos y lo poco que muchas veces los valoramos en vida. No sé su nombre, pero ahora sé que ya forma parte de mi vida cotidiana, de mi pequeño universo. Ella también sabe que existo aunque tal vez ni se imagina que he estado cuidando de ella, en la distancia, en la ignorancia… Hace unos días, salí a mi ventana, observaba cuán bonitas tenía sus plantas en el alféizar y de repente ella se asomó. Me miró y con su siempre radiante sonrisa me saludó con su mano. Ese sencillo gesto me emocionó. Tal vez yo, su guardiana invisible, se convierta algún día en su guardiana amiga… tal vez.